viernes, 12 de diciembre de 2008

Ariadna, veloz

Mònica rompió aguas a las dos y media de la madrugada. Llamamos al ginecólogo.

Ginecólogo (voz de ultratumba): ¿Tiene contracciones?
Yo: No.
Ginecólogo: Pues nada, a dormir, y mañana a las ocho os vais para el hospital.
Yo: Bueno.
Ginecólogo: Zzzzzzzzzzzzz.

A los quince minutos Mònica tenía contracciones, pero de las buenas. Despertamos a Irina, nos vestimos, la vestimos, volamos a la casa de Pilar, mi suegra, que a las tres y pico de la mañana nos esperaba en la puerta de su casa. Casi le tiramos a Irina por la ventanilla, y corrimos por la Diagonal saltándonos todos los semáforos en rojo posibles, impunemente. El sueño de mi vida.

En el Hospital la comadrona de guardia nos miró escépticamente, pero apenas se acercó a Mònica le cambió la cara.

Comadrona: Nada, que estás pariendo.
Mònica: Gggggghhhhhhffffff.
Comadrona: Pues ahora ya no hay tiempo para epidural ni nada, así que empuja fuerte, así terminamos lo antes posible.
Mònica: Uhhgghhhfffgghhh.
Comadrona: Venga, que sale en la próxima contracción.

Y en la siguiente contracción, tres minutos después de entrar en la salita, sin tiempo de llegar ni al paritorio, tres cuartos de hora después de atravesar Barcelona, a las tres y cincuenta del seis de octubre de dos mil ocho nació Ariadna, sublime milagro de la vida, fea, hinchada, hermosísima.

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